La yegua del apocalipsis

Por Angélica Mogollón

“Mi oficio es el de escribir en el género crónica que es donde más me ha resultado esta pirotecnia de la letra, la crónica porque no es un género tan fijo como la novela (…) la crónica tiene otro sentido, tiene otra vertiginosidad”. Así, libre de pretensiones intelectuales Pedro Lemebel esboza su postura narrativa, la cual se construye como un gran tejido donde la única especificidad posible es la hibridez discursiva.

A través de diversos recursos narrativos ha logrado mantener la duplicidad del lenguaje, desdoblándolo y trazando nuevas imágenes estéticas donde le entrega al lector una obra totalmente despojada de estilismos clásicos y aparentemente simple.

Aterrados por el escándalo, sin entender mucho la sigla gay con nuestra cabeza indígena. Acaso no quisimos entender y le hicimos el quite a tiempo. Demasiados clubes sociales y agrupaciones de machos serios. Acaso estuvimos locas siempre; locas como estigmatizan a las mujeres. Acaso nunca nos dejamos precolonizar por ese discurso importado. Demasiado lineal para nuestra loca geografía. Demasiada militancia rubia y musculatura dorada que sucumbió en el crisol pavoroso del VIH.

La profundidad de la narrativa Lemebeliana está ahí, en la superficie, donde usa indiscriminadamente materiales de su cotidianidad y aborda críticamente diversos acontecimientos históricos que fueron transversales en el imaginario chileno. De esta manera, uno de los punteros de su crónica es el proceso de modernización latinoamericano y la llegada de la globalización que intentaría establecer una masificación y homogeneización cultural de la población, que sería “asimilada” residualmente por las minorías populares.

Al leer la crónica de Pedro es necesario considerar que es él quien establece las reglas del juego, interviniendo el lenguaje desde su realidad social y sexual; como lo hace con su manifiesto Hablo por mi diferencia (1986) leído como intervención en un acto político de izquierda en Santiago de Chile:

Mi hombría no la recibí del partido
Porque me rechazaron con risitas
Muchas veces
Mi hombría la aprendí participando
En la dura de esos años
Y se rieron de mi voz amariconada
Gritando: Y va a caer, y va a caer
Y aunque usted grita como hombre
No ha conseguido que se vaya
Mi hombría fue la mordaza
No fue ir al estadio
Y agarrarme a combos por el Colo Colo
El fútbol es otra homosexualidad tapada
Como el box, la política y el vino
Mi hombría fue morderme las burlas
Comer rabia para no matar a todo el mundo
Mi hombría es aceptarme diferente
Ser cobarde es mucho más duro
Yo no pongo la otra mejilla
Pongo el culo compañero.

Es necesario considerar que, aunque Lemebel sitúa su obra dentro de la “crónica urbana”, autodefiniéndose como uno de los precursores de éste subgénero en Chile y dialogando narrativamente con escritores como Alberto Fuguet y Álvaro Bisama que también se instauran en el género, es imposible leerlo dentro de una categoría cerrada y considerarlo como un simple cronista. Lo más coherente es entender su narrativa como un hecho complejo que está en simultaneidad con sus diferentes identidades que van desde escritor, artista visual, drogadicto, militante homosexual hasta marginado.

La hibridez del lenguaje configura su esencia como escritor, la misma que se erige dentro de un entramado problemático, donde construye una red de recursos literarios que son flexibilizados y sugeridos ligeramente en la narración; su crónica “oscila entre la confesión y la lengua poética para proponer la narración de la historia como confesión desviada”4 y no como una narración histórica y cronológica de hechos no ficcionales.

Publicado originalmente en Revista Tránsitos

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